El día 21 del presente mes, «Animals» (décimo álbum de estudio de Pink Floyd, lanzado en 1977) cumplió 40 años. Es una de las grandes obras de la banda británica, sin duda alguna, y que vio la luz en medio de su mejor época creativa (posterior al «Dark Side» (’73) y a «Wish You Were Here» (’75) y previo a su disco de 1979 «The Wall»).
Poco valorado en términos generales, no contuvo ningún tema comercialmente «aprovechable», una apertura y un cierre con menos de dos minutos de duración cada uno y tres temas centrales que superaban los diez no daban para colocar un single «hiteable» en la radio, cosa que sí lograron los discos anteriormente mencionados.
Pero como álbum la medición es distinta. Denso y oscuro, pero a la misma vez sensual, sedicioso y cósmico, «Animals» remece a quien lo escucha. Y debo decirlo, es el disco de Pink Floyd con el que mayor conexión tengo, y quizá eso es lo que me hace preguntarme de manera bastante seguida ¿es este el mejor álbum de los británicos?, y quizá lo sea, pero, maldita sea, mi posición frente al mismo está tan parcializada que llego a dudar de mis capacidades para juzgarlo frente a sus hermanos.
¿Está por debajo del «Dark Side» el «Wish» o «The Wall»? definitivamente no, es más, podría incluso decir -como opinión personal- que supera a «The Wall».
Basado en el famoso libro de George Orwell «Rebelión en la Granja», «Animals» es una crítica social en estado puro, directo a los regímenes autoritarios, al capitalismo y a los problemas del sistema. Crudo y violento, pese a ser un disco de temas lentos, se retuerce en su lírica cruel y sarcástica.
Ha! Ha! Charade you are…
Pero pese a todo esto, «Animals» es melódicamente sensual, de ritmo cadencioso que invita a la carne y a esa clase de cosas. Una guitarra lenta, como siempre en Gilmour, un bajo que puede resultar sencillo pero que, rítmicamente, es contundente e hipnotizante, típico de Waters. La percusión de Mason estará siempre bien puesta, dándole más fuerza a las melodías que escuchamos. Y Wright, quien ha hecho siempre maravillas al mando de los teclados y sintetizadores, donde en temas como «Sheep» al final de las estrofas uno no sabe dónde termina la voz y empieza el sintetizador.
Con esas sensaciones me quedo. Este disco es una joya del rock progresivo, y por lo mismo da para un texto largo y tendido acerca del mismo, cosa que espero hacer más pronto que tarde. Ojalá no sea para su cincuenta aniversario.
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