En esta década a la que ya ingresamos completamente, ha surgido el auge de lo digital (que ya empezaba ha venir de más atrás) y nuevas tecnologías van destronando, de manera cada vez más notoria, a los tradicionales métodos en que se hacían y hacíamos diversas cosas. En el entretenimiento, por ejemplo, la televisión empieza a ser destronada por plataformas como YouTube y Netflix, que permiten al usuario ver lo que desea, donde quiere y cuando quiere. En tu computadora de escritorio, laptop, móvil, tablet, t.v inteligente, etc.
En el caso de la radio es igual, Spotify y Deezer (por mencionar a los más usados), hacen lo mismo con la música… ahora podemos escuchar y programar canciones a nuestro gusto y en el gadget que deseemos, y aunque si bien la radio y la televisión siguen ofreciendo cosas que nadie más podría darnos, empiezan a ser abandonadas de manera masiva… Yo por ejemplo, radio ya ni escucho, y si de ver televisión se trata, salvo por contados programas (no más de 5), prefiero echarme en mi cama a mirar lo nuevo de los canales a los que me he suscrito en YouTube, ver documentales y series en esta misma plataforma, o películas en plataformas como Netflix. Hasta dejé de comprar periódicos… ¿para qué hacer basura con tanto papel, si puedo tranquilamente ver desde el gadget que tenga las nuevas que ocurren en todo el mundo?
La manera en que se hacen las cosas están cambiando drásticamente, y hay que saber adecuarse. Estamos viviendo una era de democratización digital realmente imparable. Tiene lo bueno y lo malo, como todo, y esto se basa en cómo lo utilicemos nosotros mismos.
Pero va, después de tanto rollo mío ¿por qué el título lleva el nombre de Spotify? pues que ahora me parece un bueno momento para dejar clara la opinión de uno frente a pasados y recientes incidentes con respecto a la app sueca.
Y es desde la perspectiva del músico y la discográfica, quienes en muchos casos, han tomado la decisión de no colocar nada de su discografía o catálogo, o una parte muy minúscula de los mismos, en Spotify. Llámese Beatles, AC/DC o Taylor Swift, o simplemente no han querido colocar su temas en Spotify, o la han retirado, como es el caso de la dorada Swift, quien en mi opinión personal, puede retirar toooooodo su catálogo de toooodas las plataformas de streaming existentes y de la historia misma, si es posible. Pero buéh, eso es lo que pienso yo.
Volviendo al cauce, hace muy poco Roger Waters se quejaba también de Spotify. Esto con el antecedente previo de que Pink Floyd, para colocar su discografía en la app sueca, no tuvieron mejor ocurrencia que subir sólo «Wish You Were Here» y lanzar el reto a sus fans, de que si esta superaba el millón de reproducciones, pues pondrían todo su material discográfico en Spotify. Y así fue, y gracias a Dios que así fue, porque gracias a eso me topé con versiones tan raras del tema mencionado al principio, como lo es su versión con Stéphane Grappelli.
En este punto, yo me pregunto: ¿son tontos o qué?. Y les explico el porqué: Spotify, junto a otras plataformas legales de streaming, han logrado bajar los niveles de descargas de material discográfico pirata, lo que significa que, uno, ahora en vez de bajarse el «Dark Side of the Moon» desde el Torrent o alguna web de descargas checoslovaca o rusa con alto contenido virulento, puede escucharlo directamente en Spotify cada vez que se le de la regalada gana… y sí, con publicidad, pero si pagas por la versión Premium tus S/. 17.00 (lo que viene a ser menos de USD$ 6.00) al mes, tienes más de 200 millones de canciones a tu disposición en todos tus aparatitos donde tengas instalada la app, frente a tener que pagar USD$ 9.00 por álbum que quieras descargar en Amazon, por ejemplo, o los USD$ 0.99 si quieres solamente un single que puedes bajarte en el mismo Amazon, Google Play o iTunes, pero hagamos matemática, esto vendría a ser (en el caso de los singles) 6 únicas canciones por el equivalente a todo lo que te da Spotify en un mes por el mismo precio, básicamente.
Incluso, pese a estar con la versión gratuita de Spotify que te suelta un comercial cada cuatro canciones y te clava sus banners por aquí y por allá, por arte de eso que llamamos pereza, muchos prefieren simplemente escuchar ahí lo que quieren, en vez de hacer todo el trámite que representa descargar música ilegalmente frente al simple hecho de buscar lo que quieres en una app y dar al play.
¿Son verdaderamente los artistas los llorones de este cuento? Yo creo que no, más que ellos lo son las discográficas, que viven de vender música y discos a precios un poco subiditos. ¿Y por qué? por eso mismo, porque ya nadie va a comprarte un disco (digital o físico) si puede escucharlo por precios bajísimos en Spotify. Y entonces las discográficas, como siempre, en sus actos máximos de pilleza, salen a llorar por las calles y a decirle cosas como esta a sus artistas (sarcasm): «oye Roger, casi ni se vende tu último disco, como que te vas olvidando de tu certificado doble platino«, y entonces Roger se enfurece y sale a protestar.
¿Vive realmente un artista de los discos que vende? quizá la respuesta se encuentre en el caso Alan Parsons VS Arista Records (fusionada actualmente con RCA). Regresemos a los tiempos del Vinilo. Arista Records durante los ochenta, daba una ganancia bastante pequeña a Parsons y compañía por los discos que de ellos se vendían, con la (entendible hasta ese momento) excusa que el precio de fabricación de los vinilos era alto, y dejaba pocos márgenes de ganancia frente al precio de venta al público. Es entonces, a finales de los 80’s, que aparece el CD, cuyos precios de producción eran, y son, bajísimos (un vinilo ahora te cuesta en Perú unos USD$ 50.00 frente al CD, que oscila los USD$ 15.00), pero Arista, aún cuando sus ganancias frente al PVP habían subido junto a la mayor masificación de sus productos, seguía manteniendo el mismo margen para Parsons, y ahora sin excusa de por medio que los salve.
¿Por qué? Ejemplo con precios hipotéticos: un disco en vinilo lo vendo a USD$ 100, la producción y distribución me cuesta USD$ 70, de ganancia líquida me queda USD$ 30, al artista le doy USD$ 5. En el caso del CD, lo vendo a USD$ 50, la producción y distribución me cuesta USD$ 10, me queda de ganancia USD$ 40, y al artista le sigo dando USD$ 5. Y contando ahora, que por el bajo precio al que un oyente puede comprar un álbum, estos se venden más… ¿interesante no?.
¿El artista de qué debe vivir? de sus presentaciones, de sus conciertos. Es verdad, ellos hacen la música, ellos la componen y merecen poder ganar dinero y vivir de ella, en eso estamos todos de acuerdo, pero los oyentes tenemos derecho a escucharla sin que nos cuente tanto, de esa manera, la música de cualquier artista puede ser escuchada por más gente, de manera que ganan más adeptos, sus conciertos se llenan cada vez más y sus giras son más pedidas. Eah, ahí está el money, pero claro, ahí sí obviamos a las discográficas.
Y es que, seamos sinceros, las discográficas empiezan a convertirse cada vez más en instituciones obsoletas que soluciones para los músicos. Si bien es cierto que estas mantienen mucho del negocio y siguen siendo algo necesario, muchos artistas optan por producir su música ellos mismos y subirla a plataformas como Bandcamp o YouTube, incluso al mismo Spotify, a través de pequeñas empresas que se dedican a facilitar tu entrada a Spotify, iTunes, Google Play, Deezer y más por precios mínimos, haciendo más directo el trato de venta y compra entre el músico y su consumidor.
Spotify lo que ha hecho es básicamente justicia; al artista y al oyente. Ahora yo ya no bajo música pirata, y aunque tenga la versión free de Spotify, los grupos y músicos que escucho reciben ganancias por cada play que le doy a sus canciones. Ganamos todos. ¿Es tan difícil de entender?
Spotify está llevándonos de la mano hacia el futuro. Estamos frente a la evolución del modo en que consumimos la música.
Es hora de que tanto consumidores como músicos y discográficas, debemos irnos adaptando a estos nuevos vientos que nos trae la música. Hay que ser justos entre todos.
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